Hace cinco años, Ava estaba en el altar, dispuesta a empezar una nueva vida con el hombre al que amaba. Pero esta noche, sus sueños se hicieron añicos sobre la mesa de la cocina. Fueron sustituidos por una cruel realidad: una hoja de cálculo que calculaba el “costo” de su amor.
“Hay algo importante de lo que tengo que hablarte”, dijo mi esposo, Daniel, con una voz inusualmente tensa. En ese momento, mi entusiasmo por nuestra elegante cena de aniversario se apagó más rápido que una vela de cumpleaños olvidada.
Primer plano de una mujer | Fuente: Midjourney
Teníamos reserva a las 8 de la noche, y durante toda la tarde había estado buscando el conjunto perfecto para nuestro pequeño Ben, al tiempo que doblaba montañas de ropa y recalentaba la cena de anoche.
Ser ama de casa a tiempo completo no era fácil, sobre todo cuando tenía que cuidar de mi hijo de un año.
Conocí a Daniel en la bulliciosa empresa de inversiones donde trabajaba. Mi cerebro, agudo como una tachuela, prosperaba en el vertiginoso mundo de las finanzas.
Los números bailaban en mi cabeza como un ballet bien ensayado.
Una mujer trabajando con su portátil | Fuente: Pexels
Pero entonces, las palabras del médico rompieron nuestros sueños como un jarrón de cristal.
“Infertilidad”, dijo. “Puede que haya complicaciones para concebir de forma natural”.
Aquella noche, acurrucados en el sofá con cajas de comida para llevar esparcidas a nuestro alrededor, hablamos. “Quizá no esté destinado a ser”, susurré mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas.
Daniel me tomó la cara y me secó una lágrima con el pulgar. “Ava”, dijo. “En todo caso, esto hace que te desee más. Lo resolveremos juntos. Quizá la adopción…”.
Una mujer triste | Fuente: Midjourney
La semilla de esperanza que plantó echó raíces en mi corazón.
Aquella noche hicimos un pacto para afrontar los retos que se nos presentaran, siempre que los afrontáramos juntos.
El matrimonio no consistía sólo en tener una familia, sino en construir una vida con la persona que te hacía sentir completo, incluso cuando parecían faltar piezas.
Unos meses más tarde, de pie ante el altar, volvieron a brotarme lágrimas de los ojos, esta vez una mezcla de alegría y alivio. “Sí, quiero”, susurré.
Mientras me besaba aquel día, me sentí afortunada de tenerle a mi lado.
Una novia y un novio | Fuente: Pexels
Pronto, los tratamientos de fertilidad se convirtieron en nuestra nueva normalidad. Una noche, tras una ronda de pruebas especialmente agotadora, encontré a Daniel mirando por la ventana. Parecía derrotado.
“Quizá haya llegado el momento de renunciar”, le dije. Mi carrera, antaño fuente de inmenso orgullo, parecía insignificante comparada con el anhelo de mi corazón.
Daniel se dio la vuelta. “¿Estás segura? Te encanta tu trabajo”.
“Hay algo más importante”, dije, tomándole la mano. “Tú. Nosotros. Construir nuestra familia y cuidar de esta casa. Creo que necesito estar en casa más que en ningún otro sitio”.
Una mujer cogida de la mano de un hombre | Fuente: Pexels
Con un asentimiento vacilante, Daniel estuvo de acuerdo.
Poco después de dimitir, se abrió un nuevo capítulo de mi vida.
Estuvo lleno de visitas al médico, grupos de apoyo y el silencioso dolor de la nostalgia. Pero a pesar de todo, Daniel fue mi roca.
Finalmente, tras muchos medicamentos y citas, llegó Ben. Nos emocionamos mucho cuando vimos por primera vez a nuestro pequeño milagro envuelto en una manta.
Nuestra pequeña familia, desordenada y perfecta a la vez, se convirtió en todo mi mundo.
Una pareja con su bebé | Fuente: Pexels
El lunes pasado fue nuestro quinto aniversario. No podía creer que hubieran pasado cinco años desde que nos casamos. El tiempo vuela, ¿verdad?
Los últimos cinco años han sido como cinco décadas de risas, charlas nocturnas y batallas hombro con hombro a través de las tormentas de la vida.
Al mirar atrás, me invadió una cálida oleada de gratitud por tener a Daniel a mi lado.
Me emocioné al imaginar una cena romántica, una noche para celebrar este hito. Me moría de ganas de ver la sorpresa en los ojos de Daniel cuando le revelara la reserva que había conseguido en aquel elegante restaurante italiano del que siempre hablábamos.
Una pareja en una cita | Fuente: Pexels
Cogí el teléfono y marqué su número. “Hola, cielo. ¿Adivina qué?”, grité.
“Hola”, contestó. “¿Qué pasa?”.
“¡Sólo pensaba en esta noche! ¿Adónde pensamos ir? ¿Tienes planeado algo especial?”.
Siguió un rato de silencio, y luego: “Ava, no hace falta ir a ningún sitio elegante. Esta noche no haremos nada especial. Tampoco regalos”.
“Oh”, conseguí decir, con la decepción pegada a mí como un jersey húmedo.
“Espera en casa, ¿vale? Iré enseguida. Tenemos que hablar”.
Una mujer utilizando su teléfono | Fuente: Midjourney
Entonces, la línea se cortó y me quedé mirando el teléfono. ¿Qué podía ser tan importante para arruinar nuestra noche de aniversario? ¿Por qué se comportaba así Daniel?
Estaba sentada en el salón, viendo a Ben jugar con sus coches de juguete, cuando se abrió la puerta principal. Daniel entró. Tenía los hombros caídos y no parecía el hombre seguro de sí mismo que volvía a casa del trabajo todos los días.
“Hola”, saludé. “¿Un día duro?”.
“Sí, algo así”, murmuró.
Un hombre serio | Fuente: Midjourney
Se me hizo un nudo de preocupación en el estómago. Daniel rara vez traía el estrés del trabajo a casa, y su silencio era ensordecedor.
“¿Qué ocurre?”, le pregunté.
“Sólo… ven aquí”, dijo, dirigiéndose hacia la cocina.
Le seguí, y me acercó una silla al llegar a la mesa de la cocina.
“Siéntate”, me dijo.
“¿Va todo bien?”, pregunté, con la voz teñida de preocupación.
“La verdad es que no”, respondió Daniel con frialdad.
Luego revolvió unos papeles sobre la mesa.
“¿Qué pasa, Daniel?”.
Un hombre sujetando una pila de papeles | Fuente: Midjourney
“Hay algo importante de lo que tengo que hablarte”, dijo, y su mirada se encontró con la mía. “He pensado mucho en ello y por fin he decidido hablarlo contigo”.
Sentí que un escalofrío me recorría la espalda. ¿Algo importante? ¿Qué podía ser?
“Mira esto”, me acercó los papeles que había sobre la mesa.
Curiosa, tomé rápidamente el documento y lo escaneé. Los papeles estaban llenos de números y columnas. Me di cuenta de que era un desglose presupuestario.
“¿Qué se supone que tengo que mirar?”.
Primer plano de una mujer mirando hacia abajo | Fuente: Midjourney
“Te lo explicaré”, dijo Daniel.
Respiró hondo antes de soltar la bomba que puso mi vida patas arriba.
“Me he tomado un tiempo para calcular cuánto me has costado a lo largo de estos años juntos, y esto es devastador”, empezó. “A estas alturas, con este dinero, podría haberme comprado una casa o un jet privado. Pero lo único que tengo es una esposa sentada en casa y viviendo de mí. Necesito que me lo devuelvas antes de que empiece a resentirme contigo por todo mi potencial desperdiciado”.
Un hombre sentado en la cocina | Fuente: Midjourney
Sus palabras me golpearon como un golpe físico. Me quedé sin habla.
Después de todos los años que había dedicado a su familia, después de todos los sacrificios que había hecho, tenía la osadía de acusarme de desperdiciar su potencial. ¿Cómo podía hacerme esto?
Esto era mucho más que un mal regalo de aniversario; era desgarrador.
“De acuerdo”, conseguí decir. “Te lo devolveré, pero sólo si me das algo de tiempo para averiguar cómo”.
“Claro”, dijo mientras se levantaba de su asiento y se daba la vuelta. “Puedo esperar. Me alegro de que hayas entendido lo que quería decirte”.
Un hombre de pie en una cocina | Fuente: Midjourney
“Entendí más de lo que crees”, le miré a los ojos. “Pero puedes estar segura de que esta conversación no ha terminado”.
Daniel no sólo desperdició la reserva para la cena de aniversario de aquella noche, sino que también me rompió el corazón en mil pedazos.
Mirando aquellos papeles, estaba claro que había calculado hasta el último céntimo que había gastado en mí, incluidos los comestibles que había comprado para alimentar a nuestra familia. No podía creer la audacia del hombre con el que me había casado.
La cifra final garabateada en la parte inferior casi me dejó sin aliento. $300,000.
Una mujer mirando un documento | Fuente: Midjourney
Se suponía que ése era el coste de mi vida con él durante los últimos cuatro años, después de haber renunciado a mi propia carrera para criar a Ben y administrar nuestro hogar.
Ver esas cifras en el documento avivó un fuego en mis entrañas. Iba a aprender una lección muy cara.
Durante los días siguientes, una rabia hirviente me hizo compañía. Mientras Daniel parecía ajeno a todo y seguía con su rutina como si no hubiera pasado nada, yo me pasaba las noches documentando meticulosamente el valor de todo lo que había aportado a nuestro matrimonio.
Una mujer usando su portátil en la oscuridad | Fuente: Pexels
La cocina, la limpieza, el apoyo emocional… todo iba en una hoja de cálculo. Incluso incluí el salario que había sacrificado al elegir ser su ama de casa.
El otrora animado ambiente de nuestra casa se había visto ahogado por un espeso silencio. Daniel intentaba entablar conversación, pero mis respuestas eran entrecortadas y breves.
De repente, el hombre que dormía a mi lado por la noche me parecía un extraño. ¿Cómo había podido dar tanto de mí a alguien que me consideraba una carga económica? Me sentía tan asqueada cada hora que pasaba.
Silueta de una mujer mirando por la ventana | Fuente: Pexels
Cuatro días después, volví a enfrentarme a él en la mesa de la cocina. Sin embargo, esta vez tenía un expediente aferrado en la mano. El corazón me latía con fuerza en el pecho cuando lo puse delante de él.
“¿Qué es esto?”, preguntó.
“Tu factura”.
Abrió la carpeta y sus ojos se abrieron de par en par al examinar el documento. El importe total estaba garabateado en negrita en la parte inferior. Eran 500.000 dólares.
“Esto no puede ser”, balbuceó, con la voz entrecortada por el pánico. “Es imposible…”.
Un hombre sorprendido | Fuente: Midjourney
“Pero es así”, le interrumpí. “Parece que mis contribuciones a este matrimonio valían algo más que la comida y el alquiler, ¿no te parece?”.
Balbuceó, mudo por una vez. Se le fue el color de la cara y se quedó pálido y tembloroso.
“Ava, yo… nunca quise que las cosas se pusieran así. Sólo estaba estresado y…”.
“No lo hagas”, le corté. “El respeto y la comprensión son los pilares de cualquier matrimonio, Daniel. Y ahora mismo, lo único que veo son grietas en los cimientos”.
Una mujer seria | Fuente: Midjourney
Ya no se trataba sólo de dinero, sino de la esencia misma de nuestra relación. Y por mucho que me doliera, sabía la verdad. Sabía que ya no podía seguir con él.
“Ya he hablado con mi abogado”, continué, con voz firme. “Hemos terminado, Daniel. Hemos terminado”.
Todo este calvario me enseñó una cosa alto y claro: mi valía es más que un número en una hoja de cálculo, y merezco estar con alguien que lo vea así. ¿Tú qué opinas?
Una mujer de pie al aire libre | Fuente: Pexels
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Esta obra está inspirada en hechos y personas reales, pero se ha ficcionalizado con fines creativos. Se han cambiado nombres, personajes y detalles para proteger la intimidad y mejorar la narración. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia y no es intención del autor.
El autor y el editor no garantizan la exactitud de los acontecimientos ni la representación de los personajes, y no se hacen responsables de ninguna interpretación errónea. Esta historia se proporciona “tal cual”, y las opiniones expresadas son las de los personajes y no reflejan los puntos de vista del autor ni del editor.
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I Saw a Birthmark on My Niece’s Body and Realized That My Husband’s a Cheater – Story of the Day
I was horrified to discover the same birthmark on my niece that I remembered seeing on my husband. But before jumping to any conclusions, I decided to do a secret DNA test that I knew would reveal the truth.
Under the cedar tree’s comfort, I relished the breeze with baby Sofia nestled in my arms. Despite being my sister-in-law Fiona’s child, my affection for her mirrored that of a mother’s love.
My husband, David, had painted a sad picture of his estranged, distant family, so Fiona and Sofia’s move to our neighborhood was a surprise. But their presence brought me a joy I hadn’t anticipated.
For illustration purposes only | Source: Unsplash
As we enjoyed our picnic, Fiona’s light-hearted offer to take Sofia back was met with my playful head shake. “No. You should clean up a little first. We are fine here,” I insisted, holding her baby tighter.
Fiona’s laughter warmed my heart. Minutes later, the food had been laid out with proper covers, and Sofia was way more restless than she had previously been. I instantly knew what to do as I slowly and carefully placed her on the picnic rug and began taking off her clothes to change her diapers.
But with one look at her diapers, it was clear that they were still crystal clean. I was still attaching the diaper to Sofia’s waist when I noticed the birthmark on her back. For a few seconds, I froze with my eyes glued to the birthmark I felt very familiar with. One I could have sworn was also on my husband’s back.
A minute later, I had dressed baby Sofia and held her gently in my arms as I stared intently at her face. I frowned as my mind raced with possibilities, questioning the true relationship between David and Fiona.
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Fiona and David’s closeness now seemed a clue in a puzzle I hadn’t known I was assembling. But I pretended to be okay and continued our casual conversation and joyous picnic, choosing to observe before voicing my opinions.
In our quiet home later that night, I continued to treat David with the warmth I always had, but discovering the birthmark had planted suspicions in my mind. As I helped him dry off after his shower, something playful we did sometimes in the bathroom, I couldn’t help but fixate on the birthmark on his back.
It was too identical to Sofia’s. The similarity was undeniable, and it crushed me. I stopped helping him and heard his chuckle.
“You should have at least warned me that the kingly treatment was only for a few seconds,” David joked, unaware of the awful things running through my mind.
The possibility that David had lied to me all these years was too painful.
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Emerging from the bathroom, I decided to seek the truth through a DNA test between Sofia and David.
“I need to know if Fiona is his mistress,” I whispered before falling asleep.
***
During Fiona’s next visit, I feigned normalcy. I even ran to pick up the baby, feeling how her small weight and warmth cleared my mind.
“At this point, Sofia and I might as well move in,” Fiona laughed.
“Of course. We are all family,” I said, chuckling awkwardly. But luckily, she didn’t notice.
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When Fiona was distracted, I seized the opportunity to collect DNA samples – Sofia’s saliva and David’s hair, despite his confusion.
“Relax. I just helped you pull something out of your head,” I chided when he protested my pulling on his hair.
My resolve hardened as I dropped off the DNA samples, convinced more than ever of my course of action. I was allowed to have the results sent to me, and I eagerly agreed. The sooner, the better, I thought.
Fiona’s subsequent visits with Sofia only heightened my unease. Her attempts at conversation felt like mockery, fueling my anger and making her presence unbearable.
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One day, Fiona tried talking to me, and in order not to have to respond, I pretended to be sick as I lay in the sitting room watching TV. To my annoyance, David and Fiona soon joined me. Their casual banter grated on my fried nerves.
But their discussion about Sofia’s future words was the last straw.
“Sofia is going to be two years old soon. I wonder what her first words would be,” David said with a rare smile as he looked down at Sofia’s face. “Carmen, what do you think?”
“I don’t know. It could be poo-poo for all we know,” I snapped.
“I think it could be dada,” David confidently replied, pushing his chest out like a proud dad.
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That pushed me over the edge.
In a flash, I stood from the couch and accused them with my finger. “That’s enough! Tell me the truth, Sofia is your child!” I yelled. “Don’t even try to deny it. I saw the birthmark on your back and Sofia’s.”
My anger quickly evolved into sadness as water gathered in my eyes, making my voice weaker than I wanted. Their silence and shocked expressions confirmed my fears.
“Every time I try asking about Sofia’s father. I never get answers. Just tell me the truth!” I demanded, covering my face.
I expected them to speak or defend themselves, but they just sat there with shocked looks, almost like they were surprised I actually found out. I turned and fled outside.
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Driving away, the last thing I saw was David trying to get into his car and chase after me, only for Fiona to stop him.
Seeking refuge in a hotel, I hoped distance might offer clarity. But my stomach betrayed me. I threw up everything I had eaten in the hotel bathroom, sure it was a physical manifestation of the betrayal I felt.
I dragged my feet toward the bed to rest when a thought froze me in my spot. “No!” I exclaimed to myself, horrified. Could I be… pregnant?
The idea of sharing a child with a man who deceived me haunted me through the night.
Determined to know the truth, I visited a pharmacy for a pregnancy test the following morning. “I’d like a pregnancy kit,” I said, hoping for a quick transaction.
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Yet, the pharmacist’s inquiry and a helpful suggestion from another customer delayed me.
“It doesn’t matter. I’ll take any brand,” I quickly responded, eager to leave. Once back in my room, anxiety overwhelmed me as I awaited the test result. The appearance of two lines confirmed my fears—I was pregnant.
The reality of my situation, coupled with David’s constant calls, left me feeling trapped and alone. Running out of money and options, I decided to return home, confront David and Fiona, and retrieve my belongings.
Fiona greeted me at the door. “Carmen, I’m glad you’re back. There are so many things we—”
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But I brushed past her, indifferent to her attempts at explanation. I refused to listen. My mind was made up; I needed to leave. As I packed, David shouted, “Listen to me, Fiona is my sister!” But I barely registered it.
I shrugged. “Even if she is. It’s not unheard of,” I commented, focusing on my clothes.
“I swear to you, Fiona is my sister, and Sofia is my niece. Trust me!” he continued. “I don’t know why you would think Sofia is mine, but I can assure you she isn’t. I would never cheat on you.”
“If it looks like a rat and smells like one, what the hell am I supposed to call it?” I retorted, already finished with my bags, ready to leave this web of lies behind.
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David blocked my path. His desperation was evident. “If you don’t believe me, how about a DNA Test?” he suggested.
But I coldly revealed, “I already took one in secret.”
Fiona’s appearance at our bedroom doorway only made me angrier. “Don’t even bother saying anything. I always wondered who Sofia’s father was,” I accused. “I saw the birthmark! I KNOW THE TRUTH!”
My frustration and pain spilled over into more tears. I hated that I was crying in front of them again.
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But then, Fiona did something unexpected. She showed me her back, revealing the same birthmark. “I have the same birthmark,” she said, a revelation that stunned me. It was a family trait.
“I’m sorry for not explaining that Sofia’s father is a commissioned officer who was deployed to another country but died there,” Fiona added, her eyes turning somber. “He died just before Sofia was born, and I can’t help but hate him a little for leaving. And it makes me feel guilty.”
“I only treat Sofia like my own because Fiona wanted Sofia to have a close male figure in her life,” David explained.
My doubts persisted, though, as Fiona hadn’t attended David and I’s wedding.
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“Sofia was sick around our wedding, but I later asked Fiona to move closer to prevent her from being alone,” he continued. “It took a while, but we finally made it happen.”
They also said the rest of their family lived abroad, and those still in the country hated traveling unless it was a very special occasion. I looked at Fiona in shame and told her about the secret DNA test.
She calmly accepted it, “I don’t mind. As long as this misunderstanding is resolved.”
I decided we needed to go to the institution to get the results. I couldn’t wait for the delivery anymore. Leaving behind my luggage, I made us all get into my car and drive away.
***
A doctor led us to a room and showed us the results. Shockingly, the samples were a 100% match for paternity.
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“That’s impossible!” David exclaimed, gaping as I was. I quickly grabbed the documents, wanting to confirm it with my own eyes… and exhaled loudly, relieved.
There were two different names on the sheets. I think I heard everyone sighing as well. The doctor apologized and produced the correct sheets.
Relief washed over my husband as the accurate test confirmed he was not Sofia’s father. “It’s good to know that the first test was wrong,” he said, his laughter easing the tension.
“Even if the second test said that David was the father, I would have insisted that we do another one,” Fiona said, getting on her feet and showing her intention to leave.
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Back home, my apologies poured out.
“It’s my fault. I made you have doubts and didn’t clear all your suspicions even when you kept complaining about not meeting my family,” David said, shaking his head.
“We are family. I should have also told you about Sofia’s father,” Fiona added, moving closer to hug me tightly.
We stayed in that position for a while until we heard loud baby noises from Sofia, who was still in Fiona’s arms. I was beyond happy at realizing that my family was still intact, and they were even more pleased when I told them I was pregnant.
Months later, after delivering a baby boy named Zack, I was shocked to see the number of cars parked in front of our house as many people trooped in.
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“I didn’t know your family members were this excited about a new baby,” I whispered in David’s ears as I held Zack, who was fast asleep in my arms.
David laughed and wrapped his arms around me, and with Fiona standing behind us holding Sofia, we got ready to meet the rest of the family.
Tell us what you think about this story, and share it with your friends. It might inspire them and brighten their day.
If you enjoyed this story, you might like this one about a grandfather who forbade everything from touching his old mattress, but his granddaughter found it later.
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